Apuntes



Gabriel y el Guadarrama


 Presentación del libro de Fernando Jiménez-Ontiveros



Buenas tardes señoras y señores, jovencitos incluidos. Gracias, a todos ustedes por su asistencia.

Hoy me cabe el honor de sentarme en esta mesa y compartirla con un editor y dos poetas para presentar sendos libros de Fernando Jiménez-Ontiveros. Sonetos de Membranza y Gabriel y el Guadarrama.

Decía Pascal, aquel insigne hombre de los Pensamientos, que “si uno es demasiado joven, no juzga bien, si demasiado viejo tampoco”.  Yo que me tengo por estar entre uno y otro  –aunque obviamente bien me gustaría más estar cerca de la juventud-,  no deseo emitir juicio alguno sobre la obra que hoy nos ocupa.  En primer lugar porque he tratado siempre de no juzgar ni a las personas ni a sus obras,  y en segundo lugar porque ¿cómo iba a juzgar a un amigo? Sin ninguna duda con mi mayor benevolencia.  Porque a los amigos, hoy en día, hay que cuidarlos y mantenerlos.

Algunos de ustedes,  tal vez por mera curiosidad,  se pregunten de dónde nace la amistad que nos une a Fernando y a mí.  Es muy sencillo y yo para satisfacer esa pícara pregunta que se hacen se lo diré de forma breve y concisa. Es el resultado de una especie de  acuerdo y pacto literario.  Fernando sabe componer sonetos preciosos. Yo no. Fernando sabe pintar y hacernos oler el paisaje. Yo no. Fernando muestra una cierta aversión por los autores rusos. Yo no. Fernando mantiene una dosis de optimismo y socarrona alegría ante lo que observa. De mí dicen que soy el poeta triste y que más me valdría hacer unas coplas a ritmo de fandango adornadas con la luz de nuestra amada Andalucía. Pero señoras y señores,  no somos tan opuestos y nos llevamos, yo diría que relativamente bien, porque ambos amamos la vida y procuramos disfrutarla en todo momento,  sobre todo cuando recibimos algo de esa ternura que venimos reclamando en nuestras composiciones.

Conocí a Fernando en este pueblo por el que ambos sentimos un cierto grado de veneración, -ya saben, cosa de nuestra juventud espiritual-.  Prueba de ese entusiasmo por su pueblo en el soneto El Paseo nos dice: “Estoy sentado al borde de un sendero/ en la cima de un monte, respirando/ el olor de los pinos, inhalando/ el predecible aroma del romero./ Veo flores de jara, un reguero/ que pequeñas hormigas van trenzando,/ zarzas, moscas, mariposas volando/ y ardillas en un pino piñonero”.

Él y yo éramos pequeñas hormigas que participábamos en una velada literaria en este mismo hotel cuando todavía éramos miembros del Ateneo de este pueblo. Charlamos de nuestras cosas. A iniciativa de una compañera del Ateneo, Laura Victoria, hoy presente aquí, se puso en marcha el proyecto de hacer un libro de poesía cuyos autores vivieran en Torrelodones. Las vicisitudes por las que pasó ese ambicioso y bonito proyecto no viene al caso detallarlas en el día de hoy.  Baste decir que a Fernando y a mí mismo se nos ofreció la posibilidad de participar con nuestros poemas. El resultado final fue la publicación por la editorial Sial, bajo el patrocinio del Ayuntamiento y del mismo ateneo del libro titulado Torrelodones pueblo de poetas. Catorce poetas torrelodonenses, cuya  presentación se realizó, bajo el montaje escénico de Antonio Tormo, en el teatro Bulevar de la Casa de Cultura,  en abril del pasado año.

Decía, que aquel día cada uno de los poetas presentes en la velada leyó un par de poemas.  Fernando no leyó ninguno de los contenidos en su libro Sonetos de Membranza,  pero nos habló de los Poetas en Red,  algunos de los cuales hoy han tenido la generosidad de acompañarle y han llegado desde distintos puntos de nuestra espléndida geografía. La solidaridad de estos Poetas en Red sigue presente. Algún tiempo después,  -ya manteníamos nuestras peculiares tertulias en el Café de las Sorpresas-, el uno al otro nos animamos para presentarnos como dos jovencitos ilusionados al I Concurso de Poesía que se celebraba en este pueblo. De nuestras penas y desilusiones – ¿conocen ustedes a algún poeta que no las tenga?-  no les voy a proporcionar ni una pista, y solo deseo decirles que nosotros dejamos que se esfumen rápidamente en los vapores de una copa de buen vino tinto, y no vino rojo,  como se dice en el relato XIII titulado Gabriel y la nieve, sino tinto que es como hay que llamarle a ese líquido que quita y ahoga algunas penas. Con esto que les confieso hoy  no piensen ustedes que como escritores seguimos la tradición de ser unos niños locos, mujeriegos y borrachines. ¡Nada más alejado de nuestra intachable conducta como poetas! Tampoco, -cuando discrepamos en el terreno del arte, y nuestro romanticismo se exalta en los ojos de una mujer-, nos ha dado por batirnos en duelo.  Pero no tengan ustedes la menor duda de que si un día nos encontrásemos obligados, de forma ineludible, a batirnos en duelo, -cosa que a lo mejor sucede cuando yo termine este pequeño comentario-,  les haremos llegar nuestra cordial invitación. De toda la logística del acontecimiento mejor que nadie podría encargarse nuestro tertuliano Antonio Tormo, gran hombre y mejor amigo, no solo de corpulencia y estatura sino también de conocimientos profundos sobre el teatro.

Hacer una semblanza de Fernando es tarea bien difícil y tampoco es esta mi intención en este día. La mejor forma que he encontrado para tal empeño es leer su obra. Él es un poeta de hace tiempo,  un tiempo que se inicia en el año 1934 cuando llega a este mundo. Porque Fernando nace poeta y ya en sus primeros llantos se adivina esa musicalidad que imprime a sus sonetos. Si pretendiera ahora piropearle tendría que decirle que mamaba sonetos antiguos,  sonetos de todos los tiempos. Pero el alma de un hombre, o si ustedes lo prefieren, el espíritu de un poeta  es un largo y continúo caminar en busca de su identidad y de la belleza, hay que hacerse a cada día, caer y levantarse,  reír y llorar,  sentir congoja y júbilo,  palpar quedamente el silencio, y así lo expresa en el soneto El silencio: “Me circunda, me aísla, me ennoblece / y a veces, con el tiempo, me enloquece/ si no dejo volar mi pensamiento”. Pero siempre en sus momentos de soledad y decaimiento tiene por compañera a la esperanza. Y ésta es la que ha caracterizado a Fernando: ¡Ah, siempre la esperanza!

Ha cumplido fielmente en sus obligaciones de esposo con Peque,  esa mujer a la que tanto quiere y que también ha sabido entenderlo. Ha tenido esos cinco hijos que hoy le cuidan en correspondencia a los cuidados que él les proporcionó en sus desvelos por hacerlos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Y lo ha conseguido. Ahora, cuando la poesía le deja algo de tiempo, contempla a sus nietos con un secreto y silencioso regocijo y cuando en la feria del libro de nuestra plaza encuentra El Principito ilustrado con dibujos se lo compra a ellos.

Con la publicación de este nuevo libro, Gabriel y el Guadarrama y con la reimpresión de Sonetos de Membranza, completado con un CD narrado,  Fernando consigue mantener y hacer posible que la esperanza le devuelva ese favor que él le hizo al hacerla su compañera. Así lo dice en su soneto Deseos, con el que abre su libro: “…y transmitir mi verso ilusionado/ a los demás, como un enamorado,/ poniendo en ello toda mi esperanza”.

Algunos de ustedes conocen directamente cómo es la soledad de un poeta, de un escritor, de un artista. Saben también de sus sufrimientos,  de sus épocas de vacío, de sus tormentos cuando no encuentran esa palabra adecuada a su sentir. Conocen también esa angustia secreta que le invade cuando no tiene tiempo para escribir. En las soledades infinitas del poeta siempre está presente el amor y por esa razón no desfallece, y hace,  -como Fernando titula su blog-,  poesía, poesía, poesía…

Pero todos, poetas o no, conocen y sienten la alegría del poeta, porque la transmite en sus ojos, en sus composiciones, en esos papeles blancos que Fernando ha ido pintando con sus sonetos y ahora  con esas meditaciones filosóficas y poéticas que nos ofrece en boca de Gabriel y sus amigos. Esas páginas tintadas en letras precipitadas en ocasiones, manchadas del aceite del desayuno de Gabriel, olorosas en la rica vegetación del Guadarrama se nos ofrecen hoy en formato libro para dejarlas como testimonio de un hombre que ama y siente la tierra donde vive. Y el poeta toma sin dilación su axioma existencial: “Es hora ya de comenzar el viaje,/ coger la pluma y, sin más tardanza, / vestir con el soneto mi lenguaje”. ¡Qué mayor agradecimiento puede esperarse de un hombre así! Pero deseo mostrarles una apreciación más que no pasa desapercibida a quien se acerca a la obra de Fernando.  Es, sin lugar a ningún tipo de duda, su amor, su inmenso amor a la poesía.  Pronto saldrán publicadas otras obras como Densidades y un nuevo libro que contienen los sonetos más jóvenes y profundos nacidos de la madurez de este poeta. Hacia él mi admiración profunda, como amigo y como poeta.

Siempre he pensado, -o al menos así me ocurre a mí-,  que la poesía la hace el poeta para sí mismo, pero la hace siempre pensando en los demás. La poesía es la expresión del sentimiento y la emoción más íntima del ser humano.

A propósito de la obra “Humo”, de Turguéniev,  que se había publicado en El Mensajero Ruso en 1867, en carta dirigida a Fet, Tolstói dice: “la fuerza de la poesía reside en el amor. Sin la fuerza que da el amor no hay poesía; una fuerza mal orientada –el carácter débil y desagradable del poeta- la echa a perder”.

No es el caso de Fernando, ni el mío propio. ¡Ah, señoras y señores, antes la esperanza, ahora el amor! ¿Ven ustedes cómo los poetas no tenemos remedio?

Para finalizar y como despedida, permítanme ahora, que me tome la libertad de leer su soneto titulado “No sé si contemplarte”, que dice así:

No sé si contemplarte de lejos o de cerca,
Mirarte con mis ojos o con mis pensamientos,
Amarte en la distancias, desde nuestro recuerdo
O tratar de acercarme con mis pasos inciertos.

Cada vez que te miro, de lejos o de cerca,
Me invade la nostalgia de los años pasados
Y me encuentro contigo, sin armas ni defensas,
Solo, ante la realidad de estar a tu lado.

Como si no me importara haber estado lejos,
En esta espera insólita no miro al horizonte,
Las horas son eternas cuando yo te contemplo.

Si en mi piel ya se ha escrito la historia de mi vida
Y en el fondo del alma ya no encuentro el recuerdo,
Estar contigo ahora será vencer al tiempo.

Muchas gracias, por su generosidad al acompañarnos esta tarde y por su atención.


Torrelodones 22 de junio de 2011
Hotel Torrelodones.
Presentación de los libros de
Fernando Jiménez-Ontiveros
“Sonetos de Membranza” y
“Gabriel y el Guadarrama”.





CULTURA Y DICTADURA POLÍTICA.


1
Algunos autores sostienen que "la cultura y la política siempre han ido de la mano. Incluso quienes sostienen lo contrario están haciendo una declaración política". (1). No puedo compartir con Solomon Volkov su rotunda afirmación, e incluso al mostrarme en desacuerdo con él, -siempre con el mayor respeto que me merece su excelente y documentada obra y su persona-, niego que al hacerlo esté realizando una declaración política. Nada más alejado de mi pensamiento y de mi intención.
Definir la cultura es una tarea que no me corresponde puesto que si lo intentáramos nos encontraríamos con más de trescientas de definiciones y de ello ya se encarga la antropología social. Es preciso, para mi exposición, acotar los elementos culturales a lo que se limita mi trabajo. El concepto de cultura que elegimos es aquel que se refiere y engloba las manifestaciones del individuo expresadas a través de la palabra, la música, la pintura, la escultura, la danza, el teatro y similares. Es decir, todas aquellas que engloban las expresiones artísticas.
El conocimiento del individuo ha sido asignado a la psicología, la sociedad a la sociología y la cultura a la antropología cultural. Estudiar al individuo sin integrarlo en una sociedad que ha elaborado una cultura propia es tarea imposible si entre ambas disciplinas no se crea una interrelación consensuada de principios y técnicas que permitan e impelen a llegar a conclusiones válidas. En esta trinidad,-individuo, sociedad y cultura-, es el individuo el eje sobre el cual giran los acontecimientos sociales y culturales.
Las necesidades de los individuos, a grandes rasgos, pueden clasificarse en dos grandes grupos: las fisiológicas como puedan ser el alimento, el calor y el cobijo, el sueño, el remedio del dolor y la satisfacción sexual, -por citar algunas de ellas-, y las necesidades que designaremos bajo el nombre de necesidades psíquicas o espirituales. En contra de lo que podríamos suponer, las necesidades psíquicas muestran un grado más elevado de satisfacción personal que las propiamente fisiológicas, y ello en razón de que el individuo como ser pensante tiene inclinaciones y perspectivas de futuro. En virtud de ellas nace la conducta y el comportamiento del individuo en su soledad social, en lo más íntimo de su el ser así y de ella se deriva la necesidad de construcción, de reconocimiento, de estima social, dando lugar a la creación de obras que constituirán el arte. Es necesario para algunos individuos transcenderse a sí mismos, provocar el entusiasmo, la admiración, la recompensa. Es la respuesta emotiva, como lo expresa Ralph Linton (2).
Las variaciones que pueden experimentar las conductas sociales de los individuos y sus consiguientes respuestas emotivas por el resto de los integrantes de su comunidad pueden llegar a ser incalculables y nunca cuantificables. Me refiero en este caso a obras artísticas que llegan a alcanzar el reconocimiento universal al margen del tiempo. Pensemos, por un momento, en obras literarias como Ana Karénina, Madame Bovary, Crimen y castigo. Almas muertas, Mansfield Park, Casa desolada, Por el camino de Swann, Ulises, y otras sin entrar a enumerar algunos de los poemas más renombrados, o pinturas como La Gioconda, La rendición de Breda, o esculturas como El Pensador.
Pero para que ello suceda así y no de otro modo, el individuo necesita un marco social en el que pueda desarrollar su actividad creadora. Cada sociedad elabora y modela sus propios rasgos culturales a través de mecanismos específicos de creación, aquellos que posibilitan la oportunidad de manifestación de los individuos que la integran. Nacen así las Academias, los Conservatorios, las Escuelas de danza, los Estudios de pintura, los Ateneos y cualquier otro tipo de asociaciones culturales.
Pero la sociedad se encuentra regida por otros individuos que se constituyen en grupos políticos a fin de establecer unas normas de convivencia en la que el orden y el bienestar de la colectividad se encuentre asegurado. De su oficio aparecen las leyes, los decretos, los reglamentos, las disposiciones, los estatutos. Estos grupos políticos, cuando consolidan y alcanzan el poder, se constituyen en gobiernos que reglamentan la vida de los individuos en su sociedad procurando, dentro de unos límites, el bienestar general mediante el orden, la seguridad, la sanidad, la educación, entre otros.
De resulta de estas normas de convivencia, generalmente aceptadas por la mayoría, en ocasiones el individuo considera aburrida su vida, se siente constreñido en sus libertades e iniciativas y el convencionalismo social le parece una pesada carga de la que es preciso liberarse. Surge la rebeldía, el inconformismo, la crítica, la disconformidad, la inquietud y el despertar de sus necesidades espirituales es como un relámpago que le conduce a la esperanza. El individuo se vuelca en su proceso de creación como una medida que le conduzca a su salvación, que le aparte de su tedio perfectamente controlado por los aparatos de propaganda. Solzhenitsy decía que un buen escritor puede convertirse en un segundo gobierno (3).
La política, en el ejercicio de su poder, puede llegar a anular, a adormecer, a matar en los individuos su instinto de manifestación artística y lo logra en gran media con los obstáculos que imponen los numerosos elementos de que dispone, obligando al individuo al aislamiento, al obligado exilio, a sentirse desprotegido.
Por fortuna, la tendencia artística del individuo siempre permanece libre en su espíritu. Es de las pocas facultades del individuo que, pese a cualquier tipo de adversidad y de represión, se mantiene íntegra en su individualidad. Unicamente bastará para demostrarlo pasear nuestra memoria por la Historia del Arte para constatar de qué manera los grandes artistas de cualquier materia lucharon contra el poder dictatorial de algunos regímenes autoritarios. Ellos nos legaron sus obras que hoy perviven en la memoria de todos nosotros y constituyen el patrimonio cultural de la humanidad.
Retornemos a la frase de inicio de Volkov. Ahora, sin duda alguna, nos encontramos en mejor disposición para hacer una interpretación más precisa y menos severa de la realizada y, tal vez, ahora se nos presente con otra significación. Es la política la que siempre ha pretendido adueñarse de la cultura, manipularla según su peculiar ideología e intereses particulares del momento y hacerla suya para transmitirla como legado propio a las generaciones siguientes a los que solicitará su apoyo y confianza.
En nuestra sociedad es frecuente, y llega a revestir incluso carácter de normalidad, encuadrar la obra y a su autor en el seno de una determinada ideología, aun cuando el artista no simpatice o muestre cierto apego por ella. Pero también, con harta frecuencia y descarada supuesta normalidad, se olvidan los políticos, a propósito, intencionadamente, de mencionar los contextos, las épocas, las condiciones y avatares por los que pasaba la sociedad en los momentos que la obra fue creada, olvidando, así mismo, las propias circunstancias anímicas del autor.
Para el individuo amante de la cultura una obra de arte no presenta ningún color de bandera sino que es admirada y reconocida por la belleza y emoción que encierra y transmite. Es burdo, por ejemplo, afirmar que ante la denominada poesía social el resto de las composiciones poéticas, como pueda ser la eminentemente lírica, no tienen ningún valor y sentido, pues en todo caso poemas encuadrados en la poesía social no siempre se identifican con una ideología concreta.
Generalmente, la carencia de la facultad artística en los oficiantes de la actividad política les conduce, les mueve de forma egoísta, a la apropiación de la obra de los artistas cuyo nombre comienza a ser conocido por el resto de los miembros de la comunidad. He aquí la gran batalla, la guerra despiadada y sin escrúpulos como corresponde, en efecto, a la violencia que engendra cualquier tipo de guerra. El poder político mueve todos los resortes a su alcance para erigirse en absoluto vencedor. El artista, el creador, permanece como individuo aislado, sumido en su profunda soledad. Presencia esa lucha en la distancia, marginado y retirado en su propio ensimismamiento.
Solamente el gran artista, el inmortal, es capaz de alzar su voz para desligarse de la controversia, para reclamar su independencia, para no ser identificado como un militante. No obstante, algunos artistas relevantes sucumben ante la posibilidad de alcanzar una parte de la gloria que creen merecer. Del mismo modo, el poco respeto que de sí mismos tienen no pocos artistas les lleva a apuntarse, militar y participar activamente en partidos políticos, asociaciones culturales y otras organizaciones afines al poder establecido.
En nuestros días es una constante, que raya en la obsesión, que las asociaciones culturales estén regidas y controladas por políticos, generalmente de poca talla, con la pretensión única de propagar y difundir el tipo de cultura que estiman afín a su propia y, en ocasiones, particular ideología. En nuestro pensamiento, ese tipo de asociaciones promueven el sectarismo y la exclusión por motivos estrictamente políticos, con lo cual por sí mismos se descalifican al no promover y atender la igualdad de oportunidades entre todos los individuos de su colectividad. Ello lo consiguen mediante pautas encubiertas de conducta obligando a sus miembros a aceptar reglas y comportamientos de una forma tan sutil que los mismos individuos apenas son conscientes de ello. Tampoco existen escrúpulos para eliminar a alguno de sus integrantes cuando lo estiman conveniente a sus intereses particulares.
El individuo una vez que decide integrarse en una organización o asociación cultural reclama tener información de lo que de ella puede esperar, así como sus deberes para con la misma. No todo consiste en hacer efectiva una cuota y esperar pacientemente a ser llamado a las asambleas para ejercer su voto. Desea que sus aspiraciones culturales sean atendidas, espera poder reunirse en una sede con otros miembros de la organización, solicitar en préstamo algún libro; desea ser escuchado y escuchar las demandas del resto. Pero también es cierto que, con la mayor frecuencia, se le niega de forma encubierta la intención verdadera que se propone la organización. Recibe promesas, se le anuncias proyectos que nunca serán realizados, se le anima a participar en algún acto motivando su ego más íntimo, se le transmiten recompensas de integración en la junta directiva siempre que acepte los patrones culturales establecidos y prosiga sin desconfianza la línea marcada. Una dirección ambigua, una dirección difusa ya que el verdadero regidor de la organización nunca la desvelará. Es frecuente encontrar al mando de algunas organizaciones a auténticos cobardes por sorprendente que ello pueda suceder. Todo se hace con una sutileza perfeccionada hasta extremos que hagan casi imposible rebelarse contra el dirigente del grupo, porque normalmente permanece en un plano oculto.
En su participación en la organización, el individuo al no encontrar cubiertas sus necesidades psíquicas o espirituales, comienza a sentirse incómodo, decepcionado, cansado, sin ninguna utilidad. Entonces, decide abandonar la organización y opta por sumirse de nuevo en su propia y transcendente soledad. Desde ella retoma su obra. Porque el individuo de talento artístico disiente del criterio general y oculto de la organización o asociación en la que se había intentado integrar. En nuestros días, hace ya algún tiempo, que al artista se le ha negado el papel fundamental que cumplió en épocas anteriores, casi ya olvidadas.
El mundo moderno, el de la globalización, ha decidido considerar el arte como algo separado, ajeno en cierta medida, al mundo de la propia vida que se hace en la comunidad. El placer espontáneo de disfrutar con una obra de arte ha sido abolido. Ahora, como bien dice Mario Vargas Llosa (4), estamos en la “cultura del entretenimiento”.La Cultura ha muerto. No son ahora los días de la poesía, la música o la pintura como lo fue hace algún tiempo. Estamos inmersos en la “cultura del copiar y pegar”, gracias al desarrollo adquirido por el Internet. Bertrand Russel (5) lo expresa con sencillez: “Somos pasivos respecto a lo que es importante y activos respecto a las cosas triviales”.
Pero no todo está perdido. Podríamos invocar con Marcel Proust el tiempo recobrado. Tampoco es preciso ir en busca del tiempo perdido. Hay que ponerse a trabajar, cada uno en su ámbito, con sencillez y ante todo con honradez. Hay que cambiar el sentido de la vida del individuo en la comunidad. Es preciso establecer las limitaciones de la política en el ámbito de la cultura y encomendar a los profesionales de la política, -hoy devaluada-, el ámbito en el que son competentes y necesarios. La osadía de algunos políticos de inmiscuirse en los asuntos del arte debe ser detenida. No deberíamos consentir a estas alturas del conocimiento que proporcionan la sociología, la psicología y la antropología social que las organizaciones o asociaciones culturales fueran regidas y controladas por políticos. Se necesitan hombres amantes de la cultura en la pluralidad de las ideas políticas.
Bibliografía.
(1) Solomon Volkov. El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenitsin
(2) Ralph Linton. Cultura y personalidad. Breviarios del F.C.E. 5ª edición, 1965
(3) Alexander Solzhenitsin. El primer círculo. Edit. Tusquets 1992
(4) Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. Edit. Alfaguara 2012
(5) Bertrand Russell. Autoridad e individuo. Breviarios del F.C.E. 4ª 1961





© 2012 Rafael Mulero Valezuela









Manuel Altolaguirre.
Prólogo a mis recuerdos. En el libro "El caballo griego". Editorial "Público". Voces Críticas.

“Después de la muerte el alma no se siente desnuda. El alma se viste con su memoria, se limita con ella, iluminándola desde adentro con su inteligencia y con su voluntad de modo que nada de lo vivido por ella queda oculto. El alma se queda envuelta con el paisaje de su conducta, de sus pensamientos, de sus emociones. La memoria, que en la vida nos abandona con tanta frecuencia, en la muerte nos presta su abrigo, nos conforta, nos salva. Digo esto porque yo, que soy tan olvidadizo, en una ocasión en que estuve a punto de morirme, empecé a recordarlo todo, involuntariamente, gozando en que aquel trance de un rapidísima y completa visión de mi pasado, en la que los mayores detalles estaban enteros, con tanta mayor claridad entrevistos cuanto mayor era el agotamiento que me embargaba”



ANTÓN CHÉJOV

(1860-1904)

Tomado del libro de Vladimir Nabokov, “Curso de literatura rusa”. Ediciones B Zeta. (10€)

Doctor en medicina por la Universidad de Moscú.
Nunca participó en movimientos políticos.
Individualista y artista.

En 1890 emprende un viaje arriesgado a la isla de Sajalín para estudiar la vida de los que allí vivían sentenciados a trabajos forzados.

1886          Cuentos variopintos
1887          En el crepúsculo

Carácter muy vital, dinámico, incansable. Se afanó en la construcción de la primera Casa del Pueblo de Moscú con biblioteca, sala de lectura, auditorio y teatro.
Clínica para enfermedades de la piel en Moscú.
Reúne libros para las escuelas de la isla de Sajalín.
Construyó tres escuelas para hijos de campesinos. En Crimea hace la cuarta escuela.

Escribe a Gorki:
“Si cada hombre hiciera lo que puede sobre su pequeño palmo de tierra, ¡qué maravilloso sería este mundo!”

“El turco abre un pozo para la salvación de su alma. Sería bueno que cada uno de nosotros dejara tras de sí una escuela, un pozo o algo semejante, de suerte que nuestra vida no pasara a la eternidad sin dejar huella”.

Tenía tuberculosis.
Su esposa, la Knipper, primera actriz de teatro. No fue un matrimonio feliz.

Muere el 2 de julio de 1904 en Bandenweiler, en la Selva Negra, lejos de la familia y de los amigos.

                   La nueva dacha.
                   Camino de la escuela.

“En resumen, dice Nabokov, Chéjov es, junto a Pushkin, el escritor más puro que ha dado Rusia, en el sentido de la armonía completa que comunican sus escritos”.
“Chéjov vivirá mientras existan los bosques de abedules, las puestas de sol y la necesidad de escribir”.

Idea central detrás de los personajes de Chéjov: mientras a las masas rusas no les llegase una verdadera cultura moral y espiritual, la salud física y la prosperidad, los esfuerzos de los intelectuales más nobles y mejor intencionados. Que edificaban puentes y escuelas mientras seguía en pie la taberna de la vodka, no servirán de nada.

Ningún escritor ha creado con menos énfasis personajes tan patéticos como los de Chéjov.

                   Cosas del servicio.
                   La casa del entresuelo.
1900          En el barranco. *
1899          La dama del perrito. *
1896          La gaviota (Chaika). *

Los señalado con * se estudian con detalle.

Chéjov no hubiera podido nunca escribir una buena novela larga: era un velocista, no un corredor de fondo.

Maupassant y Chéjov. Existe un elemento común a ambos escritores que no podían darse el lujo de prolijos.
No son novelistas natos como Flaubert y Tolstói.

No fue un inventor verbal como lo había sido Gogol; su estilo literario acude a las fiestas en traje de diario. Por eso es un buen ejemplo que aducir cuando se intentas explicar que un escritor puede ser un artista perfecto sin ser excepcionalmente brillando en su técnica verbal ni estar excepcionalmente  preocupado por la flexión de sus frases. Es lo que le ocurre a Turguéniev.

Chéjov conseguía dar una impresión de belleza artística muy superior a la de muchos escritores que creían saber lo que es la prosa rica y bella.

Sus hombres y mujeres son encantadores por ser ineficaces.

Voy a ir más lejos y decir que quien prefiere a Doctoyeusky o Gorki a Chéjov jamás podrá captar lo esencial de la literatura rusa y de la vida rusa, y, lo que es mucho más importante, lo esencial del arte literario universal.

1899          La dama del perrito.

Distintos elementos que son típicos de éste y otros cuentos de Chéjov.
Primero.
La historia está contada con la mayor naturalidad, no de sobremesa y junto a la chimenea como en el caso de Turguéniev o de Maupassant, sino como cuando una persona le va contando a otra las cosas más importantes de su vida, despacio pero sin interrupción, en voz más bien baja.
Segundo.
La caracterización, exacta y rica, está lograda mediante la selección cuidadosa y la distribución atenta de algunos rasgos mínimos pero salientes con un  absoluta desdén de la descripción sostenida, la repetición y el énfasis fuerte de los autores corrientes. En tal o cual descripción se escoge un único detalle para iluminar la totalidad del ambiente.
Tercero.
No hay moraleja ni un mensaje particulares. Compárese esto con las historias hechas de encargo a un Gorki o un Thomas Mann.
Cuarto.
La historia está basado en un sistema de olas, en las tonalidades de tal o cual estado de ánimo.
Quinto.
El contraste de poesía y prosa que aquí y allá se marca con tanta percepción y humor, a la larga es contraste sólo para los protagonistas; en realidad sentimos, y esto también es típico  del genio auténtico, que para Chejov lo elevado y lo bajo no son distintos.
Sexto.
En realidad la historia no termina, porque mientras las personas sigan vivas no hay conclusión posible y definida de sus conflictos, sus esperanzas o sus sueños.
Séptimo.
El narrador parece poner mucho empeño en aludir a minucias. Pero precisamente porque esas minucias carecen de contenido son importantísimas para reflejar el ambiente real de esta historia.
NOTA:
Nabokov estudia en este curso de literatura rusa a:
         Nilolai Gógol                       (1809-1852)
         Iván Turguéniev                 (1918.1883)
         Fiódor Dostoyevski            (1821.1881)
         Lev Tolstói                           (1828-1910)
         Antón Chéjov                       (1860-1904)
         Maksim Gorki                      (1868-1936)



NIKOLAI RIMSKI-KORSAKOV

(Tichvin 1844 – Lyubensk 1908)

Referencia:
El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenisyn.
Solomon Volkok
Ariel.

Da clases en el conservatorio de San Petersburgo donde era un profesor venerado. Durante los disturbios revolucionarios de 1905, ni siquiera la música, tradicionalmente la empresa cultural más apolítica de todas, era ajena a estas disputas. La polémica se centró en el compositor, el músico más influyente después de la muerte de Chaikovski en 1893.

Cuando Nikolai Rimski-Korsakov, cuyas ideas políticas habían adoptado “un intenso tono rojo”, como él mismo decía, apoyó las exigencias de los estudiantes que reclamaban la expulsión de un estudiante de la banda de música militar que proclamó su participación en el tiroteo contra los trabajadores, el compositor fue despedido.
El despido de Rimski-Korsakov se convirtió poco después en un escándalo periodístico y el público dio rienda suelta a su indignación. Los campesinos recaudaron dinero para ayudar “al músico que sufría por el pueblo”.

El influyente periódico de Sa Petersburgo Novosti publicó:
“Condujimos a Pushkin a un duelo suicida. Envíamos a Lermontov a enfrentarse con las balas. Sentenciamos a Dostoyesvski a trabajos forzados. Enterramos vivo a Chernyshevsky en una tumba polar. Envíamos al exilio a una de nuestras mentes más brillantes, Herzen. Desterramos a Turgenev. Excomulgamos y denunciamos a Tolstói. Expulsamos Rimski-Korsakov del conservatorio”. (Novosti, 27 de marzo de 1905).

Igor Stravinski, de veintitrés años y alumno de Rimski-Korsakov, escribió al hijo del maestro en 1905 en un tono apasionado y radical impropio de él: “!Maldito reino de fanáticos mentales y oscurantismo! ¡Que se los lleve el diablo!

El estallido de Stravinski era el reflejo del abismo cada vez mayor que existía entre la intelligentisa rusa y la autocracia. Nicolás II estaba perdiendo crédito, en una reacción imparable espoleada por gigantes de la cultura como Tolstói, Chéjov y el TAM, Gorki y Rimski-Korsakov, cada uno a su manera y en diferentes grados. El “Rodillo Rojo”, en alusión a la metáfora de Solzhenistsyn, se había puesto en marcha.

Ritmos crueles y convulsos aparecen en “La consagración de la primavera” de Stravinski, estrenada el 23 de mayo de 1913, discípulo de Rimski-Korsakov.

Resulta tentador interpretar La consagración de la primavera como la manifestación más importante en el terreno cultural del espíritu escita. En la poesía rusa ese espíritu está recogido con toda su fuerza en el interesante poema de Blok, “Escitas” (1918)
            “¡Sí, somos escitas! ¡Sí, somos asiáticos
            Sin una mirada tendenciosa y codiciosa!

Nikolai Rimski-Korsakov falleció a los sesenta y cuatro años.